La muerte en vida

       

        Los primeros rayos del sol entraban por la ventana, la luz tocaba su rostro y esto hizo que abriera los ojos sobresaltada. Se incorporó en la cama agitada y nerviosa. No sabía donde estaba, nada le resultaba familiar. Sus pies tocaron el suelo en busca de la puerta para salir de aquella estancia. Golpeó la puerta con las pocas fuerzas de las que disponía pero esta no cedía. Buscó la ventana pero también estaba cerrada. Gritó a las personas que paseaban por el extenso jardín pero nadie se inmutó. Nadie miraba hacia donde se encontraba: volvía a gritar pero sus pulmones se agotaban, golpeaba el cristal pero quedaba sin fuerzas. No entendía porque le pasaba aquello, tan sólo era una niña. ¿Por qué le costaba respirar? ¿Por qué se agotaba? Retrocedió y a su izquierda, en la pared se miró en un espejo. ¿Qué era aquello que veían sus ojos? Giró rápidamente creyendo que lo que estaba viendo era otra persona, alguien más estaba con ella en la habitación pero no fue así. Volvió a girarse para ver aquella imagen en el espejo. Su cara, sus ojos, su pelo... aquellas manos que tocaban el rostro reflejado en aquella superficie que relataba la verdad. No pudo soportarlo más y mientras caía al suelo impactada por aquella visión y antes de que su cuerpo se rindiera al desmayo, pudo ver como unas piernas con pantalón y zuecos blancos acudían corriendo hacia ella.

        La mirada perdida, su postura estática, la dificultad de la respiración, los vagos recuerdos que acudían a la mente medio dormida... ¿Cómo podía ser? ¿Qué había pasado? No tenía una explicación. Su mirada se posó en una fotografía que había en la mesilla de noche: parecía una foto familiar de cumpleaños: globos, regalos, una mesa dónde había niños, adultos... Una tarta con velas del número 89 y detrás de esta, aquella mujer anciana que había visto reflejada en el espejo.

       Una corriente eléctrica se activó en el cerebro y un débil recuerdo acudió a su aturdida mente: el aroma de la comida, casi podía olerla, la felicidad, las risas de los niños, la sensación de cariño por parte de alguien, tal vez varias personas... no lo sabía. Era una sensación fugaz. Su mente estaba tan aturdida, la relajación del cuerpo era tan grande que no podía ni mover un dedo y volvió a caer en el sueño profundo.

        Sintió el calor de una mano que cogía la suya: aquellas manos eran suaves, cálidas y sus dedos se entrelazaban con los de ella. Su voz llena de amor y ternura estaba quebrada por lágrimas. ¿Por qué aquella desconocida estaba a mi lado? ¿Por qué lloraba tan desconsolada pero al mismo tiempo sus ojos demostraban ternura?

   - Eres la mujer de la fotografía. - susurró. Sentía su cuerpo tan débil que apenas podía elevar la voz.

   - Sí - comentó con una sonrisa triste mientras su cara estaba bañada en lágrimas. ¿Sabes quién soy? - preguntó con esperanza. Ella negó con la cabeza. La mujer que le agarraba las manos sollozó y estrechó más fuerte la mano de la mujer que estaba postrada en cama.

   - ¿Por qué lloras? ¿Por qué estas aquí? No sé quien eres ni porqué tengo esa foto. ¿Dónde está mi mamá? Quiero irme a casa. - la mujer que lloraba se le quebró la voz. ¿Cómo explicarle en su estado lo que estaba ocurriendo? No podía, no lo entendería. Muchas peleas había tenido con ella, muchos gritos, lágrimas, desesperación... Había aprendido que lo mejor era seguirle la corriente.

   - Tú mamá vendrá enseguida a recogerte, no tardará. En cuanto salga de trabajar viene a por ti. No te preocupes. - sonrió de la mejor forma que pudo y le acarició el pelo.

   - Debe estar trabajando en la playa cosiendo las redes. Papá quería salir a pescar por la mañana. Sí... debe estar cosiendo las redes... - sonrió al recordar la imagen de su madre junto con las mujeres de los otros pescadores. - En el pueblo las llaman "Rederas" pero a mi me gusta llamarlas...

   - "Las costureras del mar" - dijeron ambas a la vez.

   - ¿Cómo lo has sabido? - preguntó con los ojos muy abiertos.

   - Mi madre también llamaba a la suya La Costurera del Mar. - se limpió las nuevas lágrimas que brotaban de sus ojos. Sentía como el pecho se le oprimía con los recuerdos.

   - Es posible que mi mamá y la tuya se conozcan.

   - Sí, es posible. - la mujer con los ojos rojos e hinchados de tanto llorar intentaba controlar el llanto. Unos golpes en la puerta hicieron que se volviera en el asiento. Un hombre vestido con una bata blanca, negaba con la cabeza con gran pesar. La mujer lo entendió; aquello significaba que no pasaría de hoy. La demencia acabaría con ella aquella noche, su función sináptica dejaría de funcionar y su cuerpo se apagaría para siempre. Dejaría de sufrir tanto ella como la familia: sus hijos y nietos dejarían de llorar por verla en aquel estado. Adiós a los ataques de ira, adiós a los cambios de humor, adiós a aquellas conversaciones en bucle pero sobre todo, adiós a aquella mujer que había dado su vida por sacar adelante a su familia cuando su marido había muerto en la mar. Agarró más fuerte su mano al ver que toda la familia se había reunido alrededor de la cama, para despedirse de aquella mujer que los había cuidado a todos y cada uno de ellos. La mujer sintió como la mano de la moribunda se aferraba a la suya con fuerza y con ojos llenos de amor dijo:

   - Te quiero Soledad. - con el corazón desgarrado, no pudo controlar el llanto y se abalanzó sobre su madre que yacía muerta en la cama del hospital. En el último momento de su vida, se había acordado del nombre de su hija.


Comentarios

  1. Respuestas
    1. Muchas gracias por tomarte unos minutos para leer, valorar mi texto y dejar un comentario. Espero que los siguientes relatos te gusten.

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