Una salida difícil.
La habitación parecía oscura a pesar del sol que entraba por el amplio ventanal. Parecía fría, a pesar de las altas temperaturas de mediados de Mayo. Nada parecía animarle, a pesar de tener internet, play station, múltiples libros, su música, su cuaderno de dibujo, su diario... nada era capaz de ayudarle a sobrellevar aquella situación. Su habitación, su santuario, su refugio que durante años había tenido como una gran coraza que lo protegía del mundo exterior, cada vez era más frágil y se desquebrajaba. Los cimientos de la seguridad que había albergado durante años, se desmoronaban cada día que pasaba desde hacía casi un año.
La relación entre sus padres se hacía insoportable a medida que avanzaban las semanas. Hacía mucho que debían haberse separado: cada grito, portazo, reproches, insultos... Seguía sin entender como era posible que siguieran viviendo bajo el mismo techo. No era sano para ninguno de los tres: el aire en el ambiente cada vez era más denso, cualquier excusa les servía para tirarse los trastos a la cabeza. Daba igual que él estuviera delante o no. La única habitación de la casa que le daba algo de consuelo y protección era su cuarto y ahora, sentía que ya no era suficiente.
En el instituto las cosas no mejoraban. Por ser el "novato", la falta de amigos y su aspecto triste y solitario, hacían que las burlas y el acoso se cernieran sobre él. Era conocido como el bicho raro, que se pasaba los recreos en la biblioteca del instituto entre libros y la música de su MP3. Nadie en su curso quería sentarse con él, hablar con él, ni siquiera querían formar grupos de trabajo de clase. Aquello hacía que se hundiera cada vez más rápido. No le habían dado la oportunidad de darse a conocer, de intercambiar unas palabras para que lo pudieran juzgar con motivos, ya fuera para bien o para mal... Sin más, ya le habían colocado en la espalda el cartel "El friki" Como si serlo fuera algo malo; pensaba él.
En plenos exámenes finales de los cuales, no era capaz de llegar a un aprobado raspado, los profesores no hacían más que amenazarle con repetir curso si no se ponía las pilas, que tenía que espabilar mucho más si quería llegar a algo en la vida. Siempre diciendo lo malas que eran sus notas, siempre diciendo que las peores de la clase eran las suyas. Como si no tuviera ya suficientes burlas a su alrededor, que acababa siendo el hazme reír de los profesores. Sólo una vez había decidido acudir al despacho de su tutor para hablar de sus problemas, pero lo único que obtuvo fue una negativa, que las horas de tutoría se debían respetar y que tenía que seguir las normas al igual que el resto de sus compañeros. Ni siquiera podía acudir cuando lo necesitaba. Él no quería un trato especial, sólo quería a alguien que lo escuchara y que lo ayudara. Ver alguna luz al final de ese pozo en el que llevaba meses sumergido. Una cuerda, una mano... algo, pero no encontraba nada.
Los días se hacían largos y las semanas eternas. En su diario se reflejaba la angustia, la desesperación y la rabia que le generaba todo a su alrededor: el cambio de ciudad e intstituto, los profesores, el acoso de sus compañeros, la situación en casa con sus padres... Los dibujos en su block reflejaban todos sus sentimientos: garabatos a carboncillo con trazos hechos con fluida rabia, se plasmaban en las hojas manchadas con lágrimas mientras escucha Linkin Park.
Después de que sus ojos estudiaran la obra que acababa de finalizar en la última hoja de su block, miró sus manos llenas de carboncillo. Su vista se alternaba entre el dibujo y las manos, las manos y el dibujo. No sabía como había conseguido llegar a aquel estado de trance absoluto, ni siquiera se había dado cuenta de lo que había dibujado. Sus pupilas se dilataron al comprender aquella imagen; tampoco le parecía tan mala idea. Se levantó del suelo dejando el block al lado de su diario, el cual tenía escrito los últimos pensamientos del día. Se miró en el espejo de cuerpo entero: su rostro ojeroso, pálido y escuálido manchado con el carboncillo. Se quitó las ropas quedando por completo desnudo ante aquel espejo. Sus ojos lo inspeccionaban duramente; lo que antes había sido un cuerpo atlético y bien formado, había sido reducido a un saco de huesos depresivo. Las malas rachas, las malas decisiones, las situaciones en las que vivía y el cambio de vida, habían conseguido hundirlo más.
Se fue al baño donde colocó el tapón a la bañera y giró el grifó del agua caliente. El sonido del agua cayendo al interior de esta, amortiguaba la nueva pelea que tenían sus padres. El baño se empezó a llenar de vaho, el calor empezó a invadir la estancia... Comprobó la temperatura del agua con el pie y después de regularla con agua fría, se introdujo en la bañera. Se acomodó sintiendo como el efecto del agua relajaba sus músculos, la tensión acumulada del día se evaporaba. La relajación era tanta que comenzó a quedarse dormido: los párpados cada vez le pesaban más, la respiración era más relajada, su mente más calmada... sentía como se estaba yendo...
El cordón policial impedía el acceso a la habitación. Los policías revisaban la estancia en busca de pruebas, de evidencias, una explicación de porqué un chico de 17 años había decidido quitarse la vida. La policía encontró el cuaderno de dibujo junto al diario y se lo entregó al psicólogo, que se encontraba en el salón de la casa, intentando calmar a los padres destrozados. En aquella última hoja, estaba dibujado la misma escena del suicidio y el diario reflejaba ideas delirantes de acabar con su vida. Los médicos forenses habían sacado el cuerpo sin vida de la bañera; las muñecas reflejaban un profundo corte y en el fondo de la bañera, estaba la cuchilla con la que había llevado a cabo el trabajo. El fotógrafo policial había tomado unas fotografías del cadáver, de la cuchilla, de la bañera teñida de rojo y de las últimas palabras escritas con la sangre de la victima en la pared, dejando su último mensaje al mundo: Ya no puedo más.
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